¿Cuál es el paraíso perdido?
Matiyaju 23:26
פָּרוּשׁ (parush) fariseo עִוֵּר (ir) ciego, limpia primero el interior del vaso para que lo de afuera también sea limpio.
En este caso, figura como un vaso de vidrio, el cual, si está sucio por dentro, aunque por fuera esté limpio, de todas maneras se verá sucio. La suciedad de todas maneras se revelará en cada cual.
Los seres humanos son como un vaso de vidrio. Frágiles como ellos mismos. Pero, si al final creen que no son de vidrio, sino de barro, de plástico, de papel o de cualquier otro material, tales cosas al final no importan, pues el cumplimiento es el mismo, es decir, limpios por fuera y sucios por dentro, aunque no sean de vidrio, solo para ocultar la suciedad, ésta, de todas maneras, quedará expuesta ante ellos. Disimularla hace peor las cosas. Cualquiera que sea el material del que estén hechos, el tal se romperá, se quemará, se fundirá o con el tiempo se extinguirá.
Los seres humanos nacen siendo un vaso vacío, sin embargo con el trasegar del tiempo, ese vaso se va llenando de muchas cosas; en su mayoría de cosas inútiles que por tanto les causan daño. Han vertido sobre sus vasos líquidos, sólidos y gel tóxicos. Cuando los humanos nacen sus manitas están abiertas, pero a medida que avanza el tiempo, siendo aún bebes, retienen; eso se refleja en sus manitas empuñadas. Cuando mueren, los seres humanos sueltan todo, todo lo dejan; eso se refleja en sus manos abiertas al morir. ¿No se ha visto, acaso, que los humanos cuando niños siempre quieren tomar los juguetes de otros niños? La codicia, la ambición y la avaricia son de esos males que se reflejan a lo largo de la vida humana a través del tiempo, y ello parte precisamente de la niñez de cada cual. No en vano, se la prohíbe en el último mandamiento del Decálogo de Yahveh.
La humanidad retiene y retiene en sus vasos, como quien llena su casa de cosas que no necesita, que no le sirven, eso son cosas inútiles. Por ello hay que vaciarse, tirar lo que no sirve. Muchos creen que arreglan su casa solo porque cambian de lugar lo que tienen allí dentro, pero en el fondo, continúan con lo mismo. El verdadero cambio no implica cambiar de lugar las cosas, sino vaciarse de las que no sirven, de las que no se necesitan. Les es difícil el desapego porque sienten que no pueden vivir sin lo que tienen. La humanidad vive aferrada al “yo tengo”, en lugar de vivir el “yo soy”. La humanidad no comprende que la vida no se trata de tener, sino de ser. La vida es: “Lo que tengo, te doy… levántate y camina” (Sikuriym JaShalyacjym 3:6), en donde el apearse de tantas cosas hace que estemos postrados, sin poder levantarnos (parapléjicos); a eso se debe el enorme peso que sentimos de lo que llevamos a cuestas y que no nos deja levantar. Pero, para levantarse y caminar la carga debe ser ligera (Matiyaju 11:30). Incluso, debido a las emociones, las ilusiones guardan en nuestra mente recuerdos que también se convierten en tormentosos tóxicos para nuestro espíritu.
¿Cómo quitar, entonces toda esa carga de encima? ¿Cómo sacar toda esa cantidad de cosas que nos estorban y que en lugar de hacernos bien, nos hacen daño? ¿Cómo, entonces, desintoxicarse? ¿Cómo llenarse de lo que realmente vale? ¿Cómo sacar lo que en su acumulación se ha convertido en una viga en nuestro interior?
Vaciándose, sacando la viga propia (Matiyaju 7:3-5), aunque al principio sea doloroso. No hay manera de llenarse de cosas benéficas sin antes sustraer las cosas maléficas.
Cuando veas una cosa que te parece buena, arrebátala. Cuando veas una cosa que te parece mala, deséchala; sin embargo, antes de hacer cualquiera de las dos cosas anteriores, entra en tu interior y revisa si no es que ya tienes alguna de las dos. ¿Por qué? Porque, en el primer caso, si ya tienes una cosa buena, ¿para qué tener otra igual? Mejor, cédesela a otra persona, así habrás sembrado algo en alguna parte donde seguramente obtendrás más frutos. En el segundo caso, si ya tienes una cosa mala, ¿para qué tener otra igual? Mejor destruye la que tienes no sea que, sin darte cuenta, te perjudiques con ella tú mismo y de paso a otra persona. Es como volver al principio, a la enseñanza original que nos instruye sobre cómo llenarnos vaciándonos. Acaso, ¿llenarse significa vaciarse para luego llenarse de nuevo? Veamos esta premisa en la narración de Matiyaju 12:43-45
No se puede llenar algo que ya está lleno. En cambio, si se puede llenar de cosas nuevas y valiosas el lugar que ha sido vaciado de cosas viejas e inmundas. Éste mundo está lleno de inmundicia. Pero, ¿qué mundo? ¿El mundo en el que viven los humanos, o el mundo que vive en los humanos? De seguro es el mundo que vive en los humanos. Ese es el mundo que está lleno de inmundicia. El mundo de adentro, no el mundo de afuera. El mundo de afuera es como es, como Yahveh, Bendito Su Nombre, lo creó. No puede ser inmundicia las flores, las aves, el suelo, las nubes, la hoja, el agua del río o la luciérnaga. Inmundicia es lo que la humanidad ha hecho con ellos. (Matiyaju 15:1-20). La inmundicia del mundo es la que sale de los humanos, la maldad que expelen de sí mismos es la que contamina el mundo en el que viven. Así es como el paraíso, la luz, desaparece para la humanidad a fin de dar lugar al infierno, la tiniebla, en la que la humanidad insiste en vivir cínicamente bien sea por ignorancia o por mero masoquismo existencial.
Yahshuah es el cirujano médico (cuyo escalpelo es Su Instrucción [Torah]) que diagnostica la enfermedad (adormecimiento [muerte]) del mundo que vive en la humanidad, basándose en doce de sus mayores síntomas patológicos:
Soberbia, odio, rencor, envidia, crueldad, egoísmo, guerra, adulación, vanidad, codicia, desesperación, adicción.
Para que este mundo obtenga la sanidad (despertar [vida]), El Maestro propone como medicina alternativa la humildad, el amor, el perdón, la aceptación, la compasión, la solidaridad, la paz, el desapego, la sobriedad, el desprendimiento, la paciencia, la templanza.
Para llenar el vaso de todo lo anterior, es necesario vaciar primero todo aquello que es contrario. No es posible que Yah entre en el vaso de la humanidad, mientras ésta se halle ebria de demonios.
Para dar comienzo a la desintoxicación, el intoxicado necesita reconocer que está intoxicado. El enfermo no puede negar la enfermedad que padece. Necesita acceder a la meditación, al rezo, a la introspección, es decir, entrar en sí para ver todo lo que hay dentro y poder sacarlo….
La instrucción conduce a la construcción. La ignorancia conduce a la destrucción (הוֹשֵׁעַ Josheia 4:6).