La Otra Orilla
El Maestro navega entre dos orillas. El discípulo que ve navega de una orilla a la otra. El discípulo ciego no zarpa, y si lo hace su rendición no tardará en llegar.
El maestro auténtico es el navegante entre las dos orillas, el transeúnte entre dos puntos. El Maestro navega entre dos orillas porque necesita mostrar al discípulo decidido la vía, es decir, cómo ir del acá al allá, cómo salir del antes y del después, cómo salir de las formas, de los contornos, de los modelos, de los moldes, de la religión, de la prisión en la que se halla, de la tradición, de “las vanas repeticiones”. Si no se comprende esta enseñanza universal, no se está preparado para El Reino que se halla del otro lado del Lago; luego se corre el peligro de no alcanzar a El Maestro, por estar ocupados en obsesiones o en la fascinación de ilusiones. No seguimos a El Maestro porque estamos obsesionados con saber “cuándo llegará el fin” sin siquiera descubrir el principio de todas las cosas. No alcanzamos a El maestro porque estamos demasiado preocupados por conocer el futuro, por hallar respuestas al provocado interrogante sobre el devenir de los tiempos, por la escatología, y la fiebre cotidiana de Apocalipsis y moda profética.
Sucedió que cierto día subió a una barca con sus discípulos, y les dijo: “Vengan Pasemos a la otra orilla del lago.” Y se hicieron a la mar. (לוּקַס Lukas 8:22)
Esta larga y tormentosa Travesía, este transitar por este inmenso y dificultoso lago que no es más que la vida misma, es una alusión directa y evidente al Camino. El “lago” es también llamado “mar” en otros pasajes, pero en definitiva apunta a Galiyl o Galilea, el Mar de lecciones y aventuras en tierras de Yosef Efrayim.
"
בּוֹאוּ נַעֲבֹר לְצִדּוֹ הַשֵּׁנִי שֶׁל הָאֲגָם."
Bou Naavor Ltzido Jasheiniy Shel Jaagam
“Vengan
Pasemos a la otra orilla del lago.”
Donde, la otra orilla es el otro lado. Siendo así, hay que abandonar una orilla, un lado, el de lo conocido, para aventurarse hacia la otra orilla, el otro lado, el de lo desconocido, dejando atrás el acá, para ir al allá, dejando este mundo para ir al otro mundo que no es de este mundo. Pero, para pasar a la otra orilla, es decir, para atravesar de un estado a otro, hay que superar demasiadas pruebas, de la misma forma que un navegante debe enfrentarse al mar, a sus olas, al viento y a las tempestades fuertes. El Maestro, en tanto navega entre las dos orillas, enseña al discípulo para que aprenda a emplear con sabiduría todos los elementos en su favor. El Amor y la Fe, en definitiva sostén del Universo, son dos de esos principales elementos.
מַתִּיָהוּ
Matiyaju 8:18 “Viendo יַהשׁוּעָהְ Yahshuah una muchedumbre del pueblo a su alrededor, dio orden de pasar al otro lado del mar.”
Pero, muy a menudo, los aspirantes a ser discípulos se muestran emocionados a iniciar la travesía por medio de deseos efímeros arraigados. Sin embargo, no tardan en agotar sus propias emociones al verse enfrentados al grado de exigencia que El Camino les impone.
“¡Maestro, Maestro, que perecemos!”
(לוּקַס Lukas 8:24)
Subestiman grandemente las exigencias que demanda iniciar la prolongada trayectoria hasta llegar a la otra orilla. De ahí el por qué muchos abandonan la aventura a mitad de camino; otros en el comienzo, y los menos maduros abandonan sin siquiera haber comenzado. Es común observar a miles y miles tomando la vía del regreso por razones con o sin fundamento mental. Frases como “Maestro, te seguiré adonde sea que vayas” (מַתִּיָהוּ Matiyaju 8:19); o “Maestro, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte (‘en caso de ser necesario’)” (לוּקַס Lukas 22:33); o “Yo daré mi vida por ti” (יוֹחָנָן Yocjanan 13:37) son muy recurrentes a la hora en que son más las emociones las que perduran en el previo comienzo de la Travesía. Es también muy común que la “muchedumbre” del pueblo esté alrededor de El Maestro y al oír hablar de La Travesía suela hacerle preguntas como: ¿A dónde vas? (יוֹחָנָן Yocjanan 13:36) ¿Por qué no puedo seguirte ahora? (יוֹחָנָן Yocjanan 13:37); a lo cual, y debido a la perspectiva ordinaria (gigante subestimación) de la “muchedumbre” acerca de La Travesía, es que no pueden pasar de una orilla a la otra, y en términos inequívocos, Yahshuah les recuerda a los aspirantes emocionados a lo que se exponen, así como el precio que tendrán que pagar:
“
Adonde Yo voy, tú no puedes ir ahora, pero Me seguirás después” (יוֹחָנָן Yocjanan 13:36)
Es decir, cuando quizás tengas la suficiente madurez, amor y fe como para comprender de qué se trata en realidad La Travesía es que podrás seguirme (podrás entender)
.
“
Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, necesitan que se les vuelva a enseñar cuáles son las primeros bases de las palabras de Yahveh; y han llegado a ser tales que tienen necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado la madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal
.” (עִבְרִים Ivriym 5:12-14)
La Travesía no es otra cosa más que El Camino que conduce a la Autentica Visión de la Realidad, la Genuina Comprensión del Ahora, del Ya. Ello es lo que hará que actúes de manera distinta, ecuánime, acorde con lo que has aprehendido; sin embargo, el recorrido está sembrado de maleza, obstáculos y emboscadas; pero,
‘
Bendito quien conoce la prueba y con sabiduría la resuelve, pues éste es quien en verdad comprende de qué se trata la Vida y así mismo la disfruta preparándose para la Eternidad’.
Ahora, la Comprensión del Ahora, del Ya, significa incluirse en sí mismo (מַתִּיָהוּ Matiyaju 6:6), es decir, reunir o juntar los elementos dispersos del ser exterior para internarlos y darles la forma a favor de la transformación personal. Esta Comprensión, que es por supuesto íntima, sólo es posible por medio de la simpleza (no de la complicación), de la sorpresa (no de la cotidianeidad), del cambio (no de la tradición), del despojamiento (no del aferramiento), de la desnudez (no de la vanidad), del corazón (no de la mente), del espíritu (no del cuerpo).
Con frecuencia se cree erróneamente que los seres más espirituales son los más cultivados, sin embargo no siempre es así. Los que se imponen a los demás por su saber no son necesariamente los que han penetrado la esencia de La Travesía, pues la Comprensión verdadera es discreta, silenciosa, sobria y nunca pretende imponerse a los demás. En el sobresalir, la inteligencia solo llega a convertirse en un obstáculo a favor de la presunción. El imponerse sobre los demás solamente nutre la vanagloria, la arrogancia, el orgullo, la jactancia, la soberbia, la altivez, el endiosamiento y la altanería.
El discípulo que está dispuesto a aprender cómo iniciar La Travesía debe aceptar y estar dispuesto a sembrar Trigo (Amor y Fe) sobre la cizaña (odio y muerte) sin dilaciones. Debe comprender que “el desierto” está plagado de alimañas, sombras y oscuridad total, sin embargo está preparado y capacitado para limpiar el terreno y sembrar en él El Edén perdido y así poseer La Tierra Prometida, es decir, transformar el desierto en Tierra fértil y cultivable.
La perspectiva ordinaria de la “muchedumbre” o la “multitud de las pulsiones (estímulos que provocan determinadas conductas) en nosotros no admite que ciertos sufrimientos son admisibles al hecho de recorrer La Travesía. La percepción ordinaria de nuestra mente hace que los obstáculos y las difíciles pruebas nos aten de manos y pies, por eso muchos solo ven con ojos de romance y sentimentalismo la frase:
“
Quien quiera venir hacia Mí, niéguese a sí mismo y tome su madero y siga hacia Mí” (מַתִּיָהוּ Matiyaju 16:24; לוּקַס Lukas 9:23)
Lo cual hace que la visión de La Travesía solo sea algo idealizado por la mente, es decir, que el Camino Espiritual solo se trata de una alucinación propia del estado emocional por el que atraviesa cada cual.
“Si en verdad supieras cómo sufrir, en verdad serías capaz de no sufrir”
Por ello es que la mayoría de aspirantes no aprecian en su justa medida lo que La Travesía en breve no tardará en exigirles. Ahí es donde, como Kefa, todos fallamos, pues no gustamos de las agruras y amarguras (los desafíos) de la vida.
Bien dice la frase que “no puedes esperar por atrapar peces grandes si aún continúas anclado en la orilla; es necesario que profundices
”.
En la frase “Quien quiera venir hacia Mí, niéguese a sí mismo y tome su madero y siga hacia Mí”, El Maestro intensifica la dificultad de La Travesía, no en nombre de una crueldad sin límites, sino en nombre de una Verdadera Comprensión de la misma.
“… siga hacia Mí” o ‘
sígueme’ es una actitud inmediata, exclusiva, que cuestiona de forma directa sentimientos de arraigo, aferramiento a las personas, apegos a otros o a cosas, costumbres, tradiciones, cotidianeidad, rutinas, convencionalismos, opiniones, creencias, etc. De ahí que no haya excusa que valga, ni siquiera aquellas en donde digamos “Déjame ir a sepultar a mi padre” (מַתִּיָהוּ Matiyaju 8:21), o “Déjame antes despedirme de los de mi casa” (לוּקַס Lukas 9:61)
En “Quien quiera venir hacia Mí,….. tome su madero”, El Maestro nos remite a una nueva manera de abordar el ‘sufrimiento’, en donde ya no se trata de experimentarlo de forma pasiva y resistirlo interiormente, ni de complacerse en él de manera masoquista (por ejemplo, aguantar el dolor), ni de manera morbosa (por ejemplo , hallando consuelo en la condición de victima), sino de vivirla de forma consciente, con plenitud, con el tesón y el coraje de quienes desean disipar las ilusiones y las mentiras; de hecho, La Travesía es la propuesta de que se puede superar el sufrimiento y liberarse de él.
En la Travesía ya no consideramos el sufrimiento de una manera ordinaria en la que sufrir haga parte de una vida desfalleciente y truncada, semejante a la rigidez de un cadáver o a la frialdad del sepulcro en que éste se halla.
Para culminar La Travesía, es decir, para pasar a la otra orilla, el discípulo tiene que asumir que correrá grandes riesgos y que deberá hacer toda clase de esfuerzos para afrontar el sufrimiento conociéndolo desde adentro por medio de la Fe y la Confianza en sí mismo. Así, el Consuelo que se le ha prometido durante el transcurso de La Travesía no es de cualquier naturaleza o clase; no proviene de otro ser humano, por sublime que éste sea, sino que es revelado por medio de Instrucciones (Toratot) inherentes al ser, las cuales son inaccesibles por medio del entendimiento ordinario. Este Consuelo, no es por tanto, una ayuda procedente del exterior del ser humano que atenúa su sufrimiento, sino que radica en descubrir, en el seno de un sufrimiento totalmente aceptado, un estado de Shalom que trasciende el sufrimiento mismo. Este Consuelo no es otro que El Ruacj JaKodesh (מְנַחֵם [Mnacjeim] Consolador) o Halito Sagrado manifestado en יוֹחָנָן Yocjanan 14:16 El cual nos acompaña durante toda La Travesía.
En esencia, Yahshuah habla a cada individuo, mas no a la muchedumbre (pues no es “un secreto a voces”), acerca del objetivo de La Travesía, y los prepara para la transformación, pero solo lo hace con aquellos que realmente se sienten llamados a ella y están dispuestos a vivirla sin abandonar la aventura de aciertos y desaciertos que en definitiva ella les propondrá. Como se puede dilucidar de los Textos, la “muchedumbre”, la “multitud” no puede pasar a la otra orilla, ni siquiera entrar a la barca, sino cada individuo. Es decir, que para que todos atraviesen la ‘puerta estrecha’, no lo pueden hacer en “masa”, sino individualmente. De ahí el por qué la Salvación no es colectiva, sino individual.
Uno le dijo: “Maestro, ¿son pocos los que se salvan?” El les dijo: “Luchen por entrar por la puerta estrecha, porque, les digo, muchos pretenderán entrar y no podrán.” (לוּקַס Lukas 13:23,24)
Yahshuah afirma que, para llegar a la otra Orilla, es decir, a donde se encuentra el Reino de los Cielos y entrar en él hay que pasar por la puerta estrecha, es decir, por un punto muy pequeño, lo cual significa la ruptura respecto a la habitual forma de pensar (lógica o razonamiento). Esta puerta estrecha es una brecha en el infinito universo psíquico común, en la inconciencia, es decir, en lo que opera sobre todos los fenómenos motrices del ser humano y la naturaleza que lo rodea. Pero, la distancia, el trayecto o La Travesía que conducen hacia la otra orilla son muy angostos, con abismos de lado y lado, y una vez se llega a la puerta, el umbral de ésta inspira un gran terror “al viejo hombre”, pues presiente de manera horizontal que, al cruzarlo, sus últimas coordenadas conocidas estallarán en mil pedazos, pues se enfrenta a lo que no conoce, o mejor dicho, que nunca ha conocido. Ello explica el por qué muchos prefieren quedarse en esta orilla y siempre intentan zarpar, pero nunca lo hacen, pues siempre se quedan en el intento, en la ilusión mental de lo que pudiera ser, pero que al final no es, ni será. No zarpan, ni aún habiendo comprado una barca bien dotada (religión). Ello explica por qué muchos prefieren pescar a la orilla y no se allegan a las aguas profundas para hallar a los peces más grandes, debido a que la profundidad de sus propios temores ya de por sí los mantienen sumergidos.
El ser humano prefiere quedarse en la superficie, es decir, en lo que puede ver, tocar, oír, oler, gustar o razonar. Es como una piedra que cuando es arrojada sobre el agua rebota de tal manera que solo hace emerger la apariencia de ella. Al no hundirse mientras rebota, su resistencia le hace evitar penetrar en el Agua a la cual ve como una amenaza, pues ve cómo por medio de sus sucesivos saltos a través de la superficie puede evitar que el Agua consuma su escoria (su propio recubrimiento o envoltura externa) a la que se aferra desesperadamente. Al final, su propia gravedad hará lo que tiene que hacer, y la piedra inevitablemente perderá la fuerza temporal que le permitía resistirse a caer. Así, la piedra inevitablemente caerá, y de este modo se hundirá en el Agua. De la misma forma ocurre con todos aquellos que pretenden inútilmente evitar caer en las manos de Yahveh.
Cuando Yahshuah declara: “Yo Soy El דֶּרֶך (Derecj) Camino, y La אֱמֶת (Emet) Verdad, y La חַיִּים (Cjayiym) Vida. Nadie viene a El אַבָּא Aba (Padre) sino por Mí”, este “Yo” y este “Mi” son en esencia puramente impersonales; mas bien son en esencia la conciencia inmaculada que, a través (La Travesía) de El Maestro, llega a los hombres para mostrarles El Camino a seguir.
Pero, la Comprensión no es algo que se dé con frecuencia, pues
“
La אוֹר (Or) Luz vino al עוֹלָם חוֹוֶח (Olam Cjovecj) mundo presente, porque los hombres amaron más las חֹשֶׁךְ (Cjoshecj) tinieblas que La אוֹר Luz, porque sus obras fueron malas”.
Sin embargo, entre quien se halla en la primera orilla y quien llega a la otra, la distancia es una extensa trayectoria de maduración. Quien efectúa la Travesía pasará de actuar con una forma de vivir fundada en las dudas y los razonamientos a actuar con una forma de vivir fundamentada en una humildad auténtica y una convicción silenciosa. La Travesía integrará de una manera muy especial el itinerario espiritual de cada quien; en definitiva será El Camino que conducirá del miedo al Amor, y de la duda a la Fe. Así, la madurez se traduce como la curación, la sanidad de cada individuo inscrito en un proceso que se desarrolla por etapas hasta llegar por fin a la otra orilla.
Cuando Yahshuah
“dio orden de pasar al otro lado del mar”, se refería sin duda alguna a la orilla oriental del lago Galiyl o mar de Galilea, sin embargo, en el sentido interior, aludía al paso a otro nivel, al tránsito de la dimensión horizontal a la dimensión vertical.
Y, no hay tiempo que perder, pues la barca zarpa y cuanto antes mejor. No existe el ‘mañana’ para iniciar El Camino. Solo es el ‘ahora’, pues luego ya es demasiado tarde.