eltallerdelmaestroalfarero
  La oveja perdida
 
La oveja perdida y el ajevo hallado
La Oveja descarriada y el retorno del ajevo (juego de palabras)
 
Oveja perdida (oveja valiosa extraviada justifica alcanzarla)
Ajevo hallado (ángel justo encontró valiosa oveja)
 
La oveja perdida
 
מַתִּיָהוּ Matiyaju 18:12-14 (Tomado de “ResTorahTziyon, Los Escritos Sagrados de Restauración”)
 
¿Qué opinan? Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes, y va en busca de la perdida?(יְחֶזְקֵאל Ycjezkeil 34:11;לוּקַסLukas 15:4-7) Y si sucede que la encuentra, אָמֵן (Amein) ciertamente Yo les digo que se regocija más por ella que por las noventa y nueve que no se perdieron. Así mismo, no es la voluntad de su Padre que está en los Cielos que se pierda uno de estos pequeñitos.(Estos pequeñitos refiere a todas las Ovejas Perdidas de Yisraeil cuya retorno aún no es inminente, pero sí seguro; “pequeñitos” infiere a aquellos cuya fe es fría, pero en el Plan de Yahweh son escogidos y de seguro abordarán en Su tiempo la Verdadera Fe) (טִימוֹתִיּוֹס א Tiymotiyos Alef 2:4)
 
En Matiyaju, la parábola se inserta en el contexto de una enseñanza que Yahshuah dirige a Sus discípulos. Pero si está dirigida hacia los discípulos (quienes se supone son los más cercanos a El Maestro), no habría algo de polémico en que, si éstos son ilusos porque creen que son “justos” solo por estar de parte de su Maestro, entonces, ¿por qué no abandonarlos a su suerte, y mas bien ir en busca de otros?
 
En Lukas, que narra la misma parábola de forma ligeramente diferente, la sitúa en el contexto de una respuesta de Yahshuah a sus detractores, los fariseos y escribas, quienes Le reprochan el hecho de que Él acoja de buen grado a los pecadores y que coma con ellos:
 
לוּקַס Lukas 15:4-7
 
¿Quién de ustedes que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido.” Les digo que, de igual modo, habrá más alegría en los Cielos por un solo pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de transformación.
 
Pero si la parábola está dirigida hacia los fariseos y escribas, no habría algo de polémico en que, si éstos son ilusos porque creen que son “justos” solo por ser piadosos en extremo hacia Yahveh, entonces, ¿por qué no abandonarlos a su suerte, y más bien ir en busca de otros?
 
¿Acaso la adulación tanto de discípulos hacia El Maestro como de los religiosos en definitiva hacia Yahveh El Maestro son garantía de salvación? ¿Ser amigo de El Rey cuenta para que éste perdone nuestras faltas contra Él? Entonces, ¿Por qué no abandonar todas las ovejas a su triste destino?
 
En efecto, si los oyentes, como en el caso de la descripción que hace Matiyaju, son los discípulos de Yahshuah, la parábola simplemente sería susceptible de ser interpretada como una exhortación, porque se hallaría en el contexto de un discurso que versaría sobre la autoridad de la Congregación y su disciplina (מַתִּיָהוּ Matiyaju 18). De esta manera, la parábola serviría para advertir a los miembros de la Congregación, quienes deberían reconciliarse, y estaría destinada en particular a sus líderes, a quienes se incitaría a que se condujeran como El Buen Pastor.
Si los oyentes, como en el caso de la descripción de Lukas, son los fariseos y escribas, la parábola cobraría un acento apologético, porque entonces el texto pretendería mostrar que Yahveh Elojiym no abandona a los pecadores y que se alegra por el que se “arrepiente”. En su respuesta a sus detractores, Yahshuah tomaría partido a favor de los débiles y extendería Su misión a los gentiles y a los infieles.
 
Si nos limitásemos a estas dos interpretaciones de los dos autores citados, el mensaje resultante sería bastante pobre, pues Yahshuah no era un simple militante proselitista que pretendía convertir a su doctrina al mayor número de personas posibles, como tampoco era un moralista que pronunciaba sermones o parafernalias a sus fieles seguidores.
 
Si hay varias parábolas sobre este tema, y quizás las mismas pero explicadas de manera distinta, es sin duda porque Yahshuah juzgaba que este asunto era de la mayor importancia. Ahora bien, sin duda se trata de un Torah o Instrucción espiritual, puesto que a lo largo de Su Obra Redentora, Yahshuah se consagró a la transmisión de una Enseñanza Liberadora.
 
Pero, ¿de qué enseñanza se trata?
 
La parábola de la Oveja Perdida se desarrolla en un ambiente muy familiar a la Kanaan del tiempo de la aparición de El Maestro de Galilea. La imagen del pastor con su rebaño de ovejas no solo era una realidad pastoril cotidiana, sino también una referencia implícita a Las Escrituras (תְּהִלִים Tjiliym 23:1-3):
 
Yahveh es mi pastor, nada me falta. Salmo de David. Por prados de fresca hierba Me apacienta. Hacia las aguas de descanso Me conduce, y conforta mi alma; Me guía por senderos de justicia, por amor de Su Nombre.
 
En cada salmo, es común observar la imagen del pastor como un reflejo del amor protector y guía. Así, en el profeta יְחֶזְקֵאל Ycjezkeil leemos la exhortación a los pastores de Yisraeil (יְחֶזְקֵאל Ycjezkeil 34:2-4):
 
“… ¿No deben los pastores apacentar el rebaño? Ustedes se han tomado la leche, se han vestido con la lana, han sacrificado las ovejas… no han apacentado el rebaño. No han fortalecido a las ovejas débiles, no han cuidado a la enferma ni curado a la que estaba herida, no han tornado a la descarriada ni buscado a la perdida
 
La interpretación más sencilla o elemental es considerar a Yahveh o a Yahshuah como el Buen Pastor que, lleno de solicitud, siente una gran alegría cuando reencuentra a la oveja descarriada o perdida, es decir, el individuo que se había dado por perdido en las garras del pecado. Esto, sin lugar a dudas es comprensible y fácil de discernir.
 
Comúnmente se atribuyen al buen pastor la mansedumbre, la bondad y la compasión como características inherentes a él en todo momento.
 
Sin embargo, ¿era realmente necesario que Yahshuah recurriese a una parábola para realzar las cualidades superiores de Él, es decir, de Yahveh? ¿Acaso no es posible ahondar más en el fundamento de esta parábola? ¿Acaso no hay un indicio en la parábola que nos acerque al ‘Retorno’ y por consiguiente a la ‘Restauración’?
 
Emplear la parábola sólo para destacar la Mansedumbre, la Bondad o la Compasión de Yahveh nos alejaría del verdadero sentido profundo de ésta. En efecto, debemos sumergirnos más en ella y probar cómo ello podría aportar algo realmente nuevo y profundo, lejos de la mera superficie de lo evidente o apenas perceptible o elemental. No estamos infiriendo que la Mansedumbre, la Bondad y la Compasión de El Sumo Sacerdote Celestial sean superficiales. Sin embargo, ello es evidente precisamente tratándose de El Máximo Soberano del universo. Lo que deseamos resaltar es que la parábola no trata simplemente de relatar cómo una pobre oveja, que alguna vez fuera obediente, escapa del rebaño, se pierde, y su pastor, quien, ante todo es bueno, la busca y la halla. Ello sería una muy buena percepción acerca del valor y la moral de una enseñanza religiosa como la siguiente:
 
“Érase una vez un pobre individuo (pecador por naturaleza) de entre cien individuos que habían (los cuales también son pecadores, luego ¿por qué no habrían ya de por sí estar perdidos?), y que una vez que se perdió en virtud del pecado, se arrepintió, lo cual vale más que por los noventa y nueve que dejó atrás.” ¿Son más justos los discípulos por (“creer” ilusamente) estar más cerca de Yahshuah? ¿Son más justos los fariseos y escribas por (“creer” ilusamente) estar más cerca de Yahveh?
 
Siendo así, entonces la parábola nos conduciría a otro tipo de comprensión:
 
Las ovejas dóciles (las que permanecen) serían los justos; las que se extravían serían los pecadores; y las que son halladas y retornan serían los pecadores “arrepentidos”. Así, la conclusión más elemental es que un arrepentido o arrepentida vale más que noventa y nueve (creíbles) justos. Pero, ¿en virtud de qué parámetros los individuos, que se cree son justos, pueden o se les puede medir su justicia? ¿Pasa más luz a través de una copa de vidrio en que se ha limpiado una pequeña parte de sus cristales, que através de noventa y nueve copas completamente transparentes? Una cosa es ser un verdadero justo y otra muy distinta es creer que se es justo. Es justo no quien crea que lo es, sino aquel o aquella que es sin-cero en re-conocer que es injusto, ello es lo que lo hace re-tornar y ser restaurado.
 
He ahí la paradoja (contradicción)
 
Estamos hablando de una parábola, no una paradoja. Y la parábola tampoco se ha de convertir en paradoja sólo porque tratemos de esbozarla de manera literal, lo cual nos encerraría en una lógica o razonamiento cuya conclusión sería la contradicción.
Adoptando la versión de Lucas, según la cual las noventa y nueve ovejas son los ‘justos’, es decir, los fariseos que se creen ‘justos’, ¿no sería igualmente legítimo considerar que éstos también representan las características que todos tenemos en el fondo de nosotros mismos y que intentamos de todas formas justificar? Si caemos en la cuenta de que la parábola se refiere a una realidad interior de cada individuo, entonces podremos admitir que, el aspecto ‘fariseo’ que se oculta en nosotros refleja por extensión todo lo que es falso, malicioso y mentiroso. Quizá como los fariseos, creemos que vemos la verdad tal como es, aplaudimos opiniones que consideramos infalibles y por ende irremplazables, juzgamos al prójimo a partir de criterios perfectamente arbitrarios. Quizás, como fariseos que somos, estemos obsesionados por preservar nuestra reputación a fin de cultivar la imagen que los demás tienen acerca de nosotros. Puede que como fariseos que somos siempre estemos intentando mostrarnos bajo una luz favorecedora la cual refleje nuestro apego a nuestra propia doctrina acerca de la vida y a nuestro propio discurso acerca de lo bueno y lo malo, y que con ello pretendamos ganar el favor de Yahveh.
 
No es justo quien diga que lo es,
o que pretenda demostrarlo por los medios
que tenga a su alcance
 
Yahshuah Ha aceptado en la parábola que hay justos y ovejas descarriadas; incluso admite con elocuencia los propósitos discriminatorios de sus detractores. Pero, Su Mensaje, en el fondo, y no en la superficie, es otro completamente distinto. El Maestro de Galiyl emplea la parábola con astucia, pues Él conoce perfectamente los mecanismos corruptos del funcionamiento de la “sociedad”; Él sabe que esta amalgama humana posee reglas, jerarquías, “leyes”, contradicciones, dilemas y crueldades insospechadas cuando de apegarse a la letra se trata. Por ello es que Él emplea una forma que es válida solo cuando puede ser comprendida en su completa dimensión estructural interna, pero si es aplicada a la sociedad ésta cojearía y no llegaría a ningún paraje. Es un error afirmar que la relación pastor/oveja se determina por el grado de alegría que siente Yahveh Elojiym por el arrepentido. Si todavía creemos en la parábola según la cual Yahveh Es El Pastor la pregunta sería entonces:
 
¿Es ‘justo’ que El Pastor Yahveh abandone a una de Sus ovejas de Su Rebaño, aunque sea sólo por un instante, y que se arriesgue a perderla? Todo aquel o aquella que conoce las labores de un campo de ganado ovino saben que ningún pastor abandonaría nunca (ni siquiera por descuido) a su rebaño, y que para él o ella dicho rebaño sería como la niña de sus ojos. Sino veamos los siguientes ejemplos:
 
Pero quien entra por la puerta, es el pastor de las ovejas. (מַרְקוֹס Markos 6:34) A éste le abre el portero, y las ovejas oyen su voz. El llama a sus ovejas por el nombre y las saca. (יוֹחָנָן Yocjanan 10:2-3)
 
En tierra desierta le encuentra, en la soledad rugiente de la estepa. Y le envuelve, le sustenta, le cuida, como a la niña de sus ojos. (דְּבָרִים Dvariym 32:10)
 
Guarda Mis mandamientos y vivirás; sea Mi lección como la niña de tus ojos. (מִשְׁלֵי Mishley 7:2)
 
Pues así dice Yahveh de los ejércitos que tras la  magnificencia me ha enviado a las naciones que los despojaron: “Quien les toca a ustedes, a la niña de mi ojo toca.” (זֶכַּרְיָה Zekaryah 2:12)
 
Si ahondamos el texto de la parábola de Matiyaju y Lukas descubriremos más cosas:
Matiyaju comienza diciendo:
 
¿Qué opinan? Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se pierde…
 
A lo que Lukas responde:
 
¿Quién de ustedes que tiene cien ovejas…?
 
Si observamos en detalle ambas parábolas comienzan hablando de un hombre, es decir, quién de ustedes, es decir, hombres al fin y al cabo, y no de Yahveh. El texto no alude a Yahveh, ni tampoco a Yahshuah Quien les hace el relato. La parábola está dirigida directamente a nosotros, está conducida a lo que ocurre en nuestra jurisdicción interior, pues aunque el Reino de los Cielos está en (dentro) nosotros (לוּקַס Lukas 17:21), no por ello estamos exentos de necesitar Instrucción (Torah) adecuada que nos ayude a acercarnos a dicho Reino. Cuando se trata de un punto tan delicado como el estado en que se encuentra el interior de cada cual, las predicas, las exhortaciones y las proclamaciones ya no sirven de nada. Hace falta algo más profundo y más importante, algo que valla más allá de la palabrería en favor de indulgencias o compasiones de momento. Así, “El Hijo del Hombre Ha venido para buscar y salvar lo que estaba perdido” (לוּקַס Lukas 19:10), pero ¿de qué forma? ¿Con qué orientación? ¿Con qué Instrucción?
 
¿Cuál es la Instrucción (Torah)?
 
Como es un hombre, y no Elojiym o Yahshuah, quien tiene las ‘Cien Ovejas’, ambas parábolas hablan de la realidad interior de ese hombre, pero ello parte de una imagen que corresponde a una realidad exterior, cotidiana, que todo el mundo conoce, por supuesto, todos los escuchas alrededor de El Maestro. Cien ovejas garantizan un rebaño de proporciones realmente modestas, pero aún así, ésta es una cifra importante para cualquier pastor. Los pastores que contaban con rebaños grandes contaban de cien en cien a sus ovejas. Así, un rebaño de cien ovejas identifica una cifra totalmente representativa. Basta con que falte un individuo en el rebaño para que se establezca un desequilibrio con cantidad tan importante. Cien es la completitud, pero noventa y nueve es todo lo contrario. La pérdida de una sola oveja ocasiona una ruptura considerable. Antiguamente se contaban las decenas con la mano izquierda; cuando se llegaba a noventa y nueve, la centena era contada con la mano derecha. Así, la centena constituye un salto cuantitativo de decenas a centenas describiendo para nosotros un salto cuantitativo en nuestro plano interior. Sin darnos cuenta, la oveja descarriada de las dos parábolas es, pues, la que tiene más valor cuantitativo, pues de ella depende (de ahí el por qué es indispensable hallarla lo antes posible) el salto cuantitativo para completar la última decena de las cien (100%) del rebaño, es decir, la restauración de la totalidad del grupo una vez se logre que esta oveja perdida retorne.
 
Cien ovejas es la completitud del Rebaño Sagrado y por ende la Plenitud [La integridad, la calidad de pleno o completo, el momento álgido] de las Naciones [רוֹמָאִים Romaiym 11:25; בְּרֵאשִׁית Breishiyt 16:10, 28:3, 32:12; 48:19; הִתְגַּלּוּת Jitgalut 19:6]
 
El inexorable hallazgo, pase lo que pase, de todas maneras se cumplirá. La oveja número cien que ya no estará perdida, es porque de alguna manera habrá retornado al ser hallada por su pastor.
 
Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado hasta el último céntimo. (לוּקַס Lukas 12:59)
 
Pero, si se trata de la oveja perdida no debe malinterpretarse el enorme valor que se concede a ésta. El valor de esta oveja supera al de las otras noventa y nueve, pues la completitud del rebaño depende de ella. En el solo hecho de perderse la oveja incrementa su valor. Sin embargo, hay algo que todavía aumenta más el valor de esta oveja perdida: Al ir en búsqueda de esta oveja se tienen que superar pruebas difíciles. Quizá, pues no se sabe, son muchos los obstáculos que hay que sortear. No importa si Matiyaju ubica el rebaño en las montañas y Lucas en el desierto. Cada pastor debe ubicar a su oveja en el terreno de operaciones en que las tenga. Sea la montaña o el desierto, los obstáculos son numerosos y variados. En algunos casos existen declives casi infranqueables; además el calor o el frío en ambos lugares pueden ser lo suficientemente exasperantes. Así, cada pastor debe enfrentar condiciones extremas si de hallar la oveja perdida se trata. El paisaje descrito en las parábolas es una fiel copia de nuestro paisaje interior, el cual permite vislumbrar las enormes dificultades a las que se expone cualquiera que intente llevar a cabo esta búsqueda.
Hay quienes aseguran que el móvil de la búsqueda se debe al tamaño fuera de lo común del animal solo porque Matiyaju dice: “…que se pierda uno de estos pequeñitos”; o porque Lucas dice: “…la pone contento sobre sus hombros”. Aunque Matiyaju especifique que se trata quizás de una oveja pequeña cuando habla de “pequeñitos”, o que Lucas infiera que por poder llevarla en hombros cuando la halla es que se supone debe ser pequeña, sin embargo, no por el tamaño de esta oveja es que el móvil de su búsqueda ocurre. Muchos dirán: ¿Cómo no hallar a una oveja pequeña si ésta es más vulnerable precisamente por su tamaño? Más que su peso o sus dimensiones, ambas parábolas destacan todo lo contrario, y es que la oveja perdida es la más grande. Y en caso de que por su tamaño en realidad fuera la más pequeña, ello tampoco es lo que incrementa su valor. Es su valor lo que la hace notable, digna de interés, preciosa:
 
“… sin embargo, su hermano el pequeño será (el) grande de nosotros, y su semilla será מְלֹא (melo) plenitud de las naciones.”(בְּרֵאשִׁית Breishiyt 48:19)
 
 
La oveja reencontrada, la número cien, es la más grande y hermosa porque es la más importante, la más preciosa. Pero sólo lo es para conseguir la integridad del conjunto, del rebaño. No es igual cuando la familia se reúne que falte uno de sus integrantes a como cuando están todos juntos compartiendo en Ecjad (Unidad)
 
Volvemos a hallar este mismo común denominador en las siguientes parábolas:
 
Semejante es El Reino de los Cielos a un tesoro escondido en el campo, y he aquí un hombre lo encuentra. El lo vuelve a esconder, y de alegría él va y vende todo lo que tiene y compra ese campo. (מַתִּיָהוּ Matiyaju 13:44)
 
También semejante es El Reino de los Cielos a un comerciante que busca finas perlas, que al encontrar una perla de alto valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró. (מַתִּיָהוּ Matiyaju 13:44)
 
Luego si has ganado tu corazón, has ganado El Reino, es decir, has ganado la Vida Eterna… Así, este Tesoro repleto de perlas es muy precioso para cada cual, pues le cuesta su vida, y es un Favor muy grande para él, pues le da la única Vida Verdadera.
 
Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado hasta el último céntimo. (לוּקַס Lukas 12:59)
 
De este modo, Yahshuah con Sus respuestas, respecto de tener que pagar un precio, como Maestro Guía simplemente quiere indicar al discípulo, de buen principio y con amor, las dificultades que tendrá que superar en el camino que ha emprendido. Pagar el precio no denota ninguna crueldad o falta de compasión por parte de Yahshuah. Yahshuah simplemente expone a quienes desean seguirLe que el buen tesoro está al alcance de sus manos; pero la pregunta del millón es:
 
¿Qué precio le darán?
 
Comúnmente que se ha creído que El Maestro es quien otorga el precio de nuestras culpas, sin embargo, la realidad es otra muy diferente: cada cual es quien otorga precio a su propia vida…
 
En todas estas parábolas, se otorga un gran valor a perlas, tesoros u ovejas. Aunque las parábolas abordan el mismo tema desde ángulos distintos, todas tienen por denominador común el gran valor que se concede a una unidad determinada de un conjunto. Yahshuah nos enseña que para El Padre Yahveh cada unidad es tan importante como la Unidad que Él representa para el conjunto en sí. Así, el conjunto no es lo que es, si le falta la unidad que lo completa.
 
La dificultad que entraña el proceso de búsqueda de lo que se ha perdido hace que muchas veces demasiadas personas se desmotiven y terminen rindiéndose al no encontrar respuestas para sus vidas profundizando en lo externo (como por ejemplo en las religiones) y no dentro de su propio ser. Si cada pastor puede ganarlo todo encontrándose así mismo, puede que en la búsqueda de su oveja perdida, al buscar en el lugar equivocado, yerre, y en lugar de ganar, pierda el resto de lo que le queda (rebaño diezmado).
 
La oveja reencontrada, la número cien, es la más grande y hermosa porque es la más importante, la más preciosa. Pero sólo lo es para conseguir la integridad del conjunto, del rebaño. No es igual cuando la familia se reúne que falte uno de sus integrantes a como cuando están todos juntos compartiendo en Ecjad (Unidad).
 
La transición de las decenas a la centena es la forma sencilla de designar El Camino, la convergencia, el encuentro, la reunión y por ende la Restauración de todas las cosas. Conviene subrayar que lo que caracteriza este verdadero Camino es que quien busca sufrirá un proceso de maduración. ¿Podemos imaginar por qué proceso debe pasar una larva para transformarse en mariposa para culminar su camino? Cuando en el plano del ser se transita de las decenas a la centena, se crea automáticamente una atmosfera especial, un tiempo de serenidad, un espacio de profunda alegría, todo lo que no depende de nada exterior. De ahí la alegría a la que hacen referencia las parábolas en razón de la experiencia que se vive cuando se vuelve a hallar algo que se había perdido y que tiene un valor altísimo:
 
Y si sucede que la encuentra, ciertamente Yo les digo que se regocija más por ella que por las noventa y nueve que no se perdieron. (מַתִּיָהוּ Matiyaju 18:13)
 
Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros (לוּקַס Lukas 15:4-7)
 
O, ¿qué mujer que tiene diez dracmaniym, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: “Alégrense conmigo, porque he hallado el dracman que había perdido.” Del mismo modo, les digo, se produce alegría ante los ángeles de Yahveh por un solo pecador que se arrepienta (לוּקַס Lukas 15:8-10)
 
Semejante es El Reino de los Cielos a un tesoro escondido en el campo, y he aquí un hombre lo encuentra. El lo vuelve a esconder, y de alegría él va y vende todo lo que tiene y compra ese campo.(מַתִּיָהוּ Matiyaju 13:44)
 
Este gozo, esta alegría que cualquiera haya podido experimentar genuinamente en alguna ocasión, es una evocación aproximada de algo completamente distinto, pues pertenece a otro mundo. Esta dicha, portadora de una nueva esperanza, es un sentimiento completamente diferente a la simple emoción de alegría que se experimenta cuando se satisface cualquier deseo. ¿Cómo El maestro puede expresar otra realidad, otro mundo, si no es refiriéndose a una experiencia más cercana para los oyentes, es decir, evocando la que ya conocen en este mundo, aunque se trate de algo meramente dependiente de sus propios sentidos? Ello explica la particular alegría que se siente cuando se vuelve a hallar la totalidad, el restablecimiento de la armonía del ser, el reposo de sí mismo, el equilibrio esencial de todas las partes. Ahora que está toda la familia reunida, la Fiesta es más especial. Sin embargo, existe una diferencia profunda entre una simple emoción positiva inherente a lo físico y un sentir de gozo plenamente inherente al ser. Una gran parte de la exploración a la que El Maestro de Galiyl nos conduce es precisamente a que nos mostremos aptos para superar el nivel del funcionamiento de lo físico y nos conduzcamos a otro tipo de percepción, precisamente a aquella cuyo Camino es hacia otro mundo imperceptible por los sentidos que nos atan a este mundo. Así, El Maestro nos prepara para partir en busca de la oveja perdida siendo plenamente conscientes y certeros en afrontar las duras penalidades que ello conlleva, como por ejemplo, empezando por dejar atrás las otras noventa y nueve. Decíamos que la transición de las decenas a la centena es una forma sencilla de designar el transito de un estado a otro. Sin embargo, el salto cuantitativo del noventa y nueve al cien también puede estar demarcado por el paso del nueve al diez como es el caso de la parábola de los dracmaniym. Allí la mujer enciende una luz, lo cual, traducida al lenguaje interior, significa inequívocamente que ella hace un esfuerzo de vigilancia, es decir, que coloca toda su atención (concentración) en la búsqueda que va a llevar a cabo. Ella participa de forma activa con esfuerzos conscientes y certeros. En la parábola, además, ella barre la casa donde habita, lo cual es una copia fidedigna de sí misma, es decir, limpia todo lo que la compone en su mente y en su corazón dentro de su propia casa. Allí la mujer inicia la búsqueda, empezando por la limpieza, la purificación, a fin de hallar lo que se había perdido, su dracman. Con paciencia y denuedo busca hasta que halla la moneda perdida. Sin embargo, para lograr el objetivo, ella está particularmente motivada, y su motivación es particularmente intensa y constante. Ella sabe cuánto cuesta lo que se le ha perdido, y no vacila en ningún momento para empezar de inmediato la búsqueda.
Todas estas parábolas tienen la función de ilustrar la posibilidad de la transformación radical del ser. La enseñanza edificante de Yahshuah muestra claramente que el ser humano no puede esperar nada basándose simplemente en su manera ordinaria de funcionar.
 
¿Y si sucede que la encuentra, qué?
¿Y cuando la encuentre, qué?
 
Matiyaju formula de manera diferente que Lucas el hallazgo de la oveja perdida. En primera instancia Matiyaju admite la posibilidad de fracasar en el intento cuando dice: “Y si sucede que la encuentra”, lo cual puede trascender a: “Y si sucede que no la encuentra”. Puede suceder como puede que no, las opciones son dos. Ello explica, una vez más, por qué no hay que identificar al pastor con Yahveh o Yahshuah, pues en tales circunstancias no tendría por qué haber fracaso. Matiyaju es más realista, pues él reconoce que el éxito de la búsqueda pudiera estar o no garantizado. Sin embargo Lucas da por hecho haberla encontrado. ¿Y si sucede que no la encuentra? Entonces, en lugar de allegarse a la alegría, pudiera allegarse al desconsuelo, a la frustración y al consiguiente abandono de la búsqueda.
 
¿Qué son las noventa y nueve ovejas?
 
Con anterioridad habíamos explicado el corolario interpretativo de las dos parábolas sugerido por la religión en el que:
 
Las ovejas dóciles (las que permanecen) serían los justos, las que se extravían serían los pecadores, y las que son halladas y retornan serían los pecadores “arrepentidos”. Así, la conclusión más elemental es que un arrepentido o arrepentida vale más que noventa y nueve (creíbles) justos. Pero, ¿en virtud de qué parámetros los individuos, que se cree son justos, pueden o se les puede medir su justicia? ¿Pasa más luz a través de una copa de vidrio en que se ha limpiado una pequeña parte de sus cristales, que através de noventa y nueve copas completamente transparentes? Una cosa es ser un verdadero justo y otra muy distinta es creer que se es justo. Es justo no quien crea que lo es, sino aquel o aquella que es sin-cero en re-conocer que es injusto, ello es lo que lo hace re-tornar y ser restaurado. He ahí la paradoja (contradicción) que formula la religión.
 
“Érase una vez un pobre individuo (pecador por naturaleza) de entre cien individuos que habían (los cuales también son pecadores, luego ¿por qué no habrían ya de por sí estar perdidos?), y que una vez que se perdió en virtud del pecado, se arrepintió, lo cual vale más que por los noventa y nueve que dejó atrás.” ¿Son más justos los discípulos por (“creer” ilusamente) estar más cerca de Yahshuah? ¿Son más justos los fariseos y escribas por (“creer” ilusamente) estar más cerca de Yahveh?
 
Si las noventa y nueve ovejas representaran el ámbito de la justicia, y por ello la religión supone que es esa la razón por la que se dejan a buen recaudo por ir en pos de la perdida, con ello es prácticamente imposible afrontar cualquier transformación.
 
Si el individuo está convencido de que sus noventa y nueve ovejas son sus propias justicias, su búsqueda estará completamente perdida. De manera irremediable, no será solo una oveja lo perdido, sino también el pastor mismo y por ende todo el rebaño. De tal manera, todo esfuerzo en la Enseñanza de Yahshuah se habrá perdido.
 
Claramente ambas parábolas nos dan a entender que se trata de todo lo contrario: No se iniciará la transformación con las noventa y nueve actuales a menos que nos ocupemos con la mayor diligencia de lo que nos hace falta, es decir, de aquello que se ha perdido y cuya pérdida ya no se recuerda (no puede ser trauma del pasado). Es voluntad de Yahveh que volvamos a hallar la senda a través de la cual hallemos y salvemos lo que se había perdido. Es voluntad de Yahveh que volvamos a hallar la oveja, a la ‘pequeña’ que está en cada uno de nosotros, pues es imprescindible empezar en lo ‘pequeño’ a fin de poder crecer y trascender en lo grande a través del Camino que nos conduzca hasta la última etapa a fin de hallar y entrar en el Reino de los Cielos. Hallar la parte esencial de nosotros mismos, no en los demás, sino en nosotros mismos, nos conduce a nuestro propio reencuentro, a nuestra propia reunificación, la plenitud, el cien por cien de nuestro ser, la alegría definitiva, completa, plena y abundante, es decir, la restauración de todas las cosas. Si cada individuo de este mundo hiciera tal cosa, este mundo sería otro muy distinto. Sería el otro mundo del cual habló Yahshuah a Pilatos. Tal experiencia no puede emanar sino de un lugar muy específico de nosotros al que Yahshuah nos invita a descubrir. Su Besorah dice que esta senda es ‘pequeña’, que está perdida y que es menester hallarla. Hallando a la oveja nos hallamos a nosotros mismos como pastores de ella. Esta pequeñez hace referencia también a la parte de nuestro interior que no está madura. Pero, nada que no haya pasado por ser verde en primera instancia puede madurar. Debemos volver a ser como niños:
 
y dijo: “אָמֵן (Amein) ciertamente Yo les digo, si no se transforman y se vuelven como niños, no entrarán en El Reino de los Cielos. (מַתִּיָהוּ Matiyaju 18:3)
 
La Voluntad de El Padre es que no se pierda ninguna oveja, y ésta es la exhortación que hay que escuchar y que hay que seguir (en la práctica se refleja la obediencia del Precepto). La designación de ‘pequeño’ en el Besorah de Yahshuah se atribuye tanto a los discípulos como a los fariseos mismos, al niño que El Maestro toma como modelo, o incluso a los miembros más frágiles de la comunidad, aquellos que, por su debilidad, se dejan engañar por falsos profetas o sucumben bajo el peso de sus propias tribulaciones.
 
Así, quien se humille como este niño, ése es el mayor en El Reino de los Cielos.(מַתִּיָהוּ Matiyaju 18:14)
 
Literalmente entendemos que se trata de un niño; sin embargo, en lo profundo, comprendemos que se trata de un orden mayor, que no alude simplemente al niño como niño, al pequeño como pequeño, sino más bien al grande de nosotros, a aquella capacidad grande, a la comprensión que posee cada ser humano o que nace a partir de algo que aún es pequeño en cada individuo pero que pronto será grande en él o ella.
 
Así mismo, no es la voluntad de su Padre que está en los Cielos que se pierda uno de estos pequeñitos. (מַתִּיָהוּ Matiyaju 18:14)
 
‘Uno’ (mismo) es lo que hay que reencontrar en lo más profundo de cada cual a fin de estar en conformidad con Su Precepto. Hallar a la oveja pequeña es la esencia de la Sabiduría ancestral. Hallar la oveja y el lugar exacto para resguardarla a fin de que no se pierda más es la meta para quien decide aceptar el reto.
 
Esta es la misión, si decides aceptarla:
 
“… pondré Mi Torah en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré Su Elojiym y ellos serán Mi pueblo” (יִרְמְיָהוּ Yirmiaju 31:33)
 
Yahshuah se refiere a aquella parte del ser humano que está en un proceso de búsqueda espiritual constante. Primeramente, se debe reconocer esta parte, el lugar donde debemos hallar la oveja, para, después, hacerla crecer. En el Besorah, el dar de beber o apagar la sed tiene un profundo significado:
 
Y cualquiera que como alumno dé de beber aún tan sólo un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, ciertamente les digo que no perderá su recompensa. (מַתִּיָהוּ Matiyaju 10:42)
 
Este ‘pequeño’ es la parte predilecta que El Maestro pretende que nosotros hallemos. He aquí el Misterio de רוֹמָאִים Romaiym 11:25 en que la totalidad (dada por la aparición de la oveja cien) es la completitud del Rebaño Sagrado (מַתִּיָהוּ Matiyaju 13:11; רוֹמָאִים Romaiym 16:25; קוֹרִינְתּים א Koriyntym Alef 2:6-8; אֶפֶסִים Efesiym 3:3-5,9). Por pequeña que sea esta oveja, en cada cual es el gran misterio revelado a los profetas desde el comienzo de los tiempos. En cada ser hay un ‘pequeño’ en el que Yahveh tiene Su Trono, por ende Su Reino, el cual no tendrá fin. Se trata de la senda, del lugar en el centro de nuestro ser en el que habita la Luz en medio de la oscuridad que le rodea. El lugar sagrado en el que no habita ni siquiera sospecha de pecado alguno pues tal cosa no le afecta. Este ‘pequeño’ que aún sigue perdido en la profundidad de los océanos de agua dulce de cada ser es donde habita la Totalidad de Yahveh, El Yo Soy, la Magnificencia de Elojiym en cada uno de nosotros. Allí la brutalidad de la voluntad humana y los engaños mentales no tienen cabida, pues es allí el lugar donde se encuentra la Ciudad Fortificada, en la cual nada inmundo entrará en ella, ni los que cometen abominación y mentira (הִתְגַּלּוּת Jitgalut 21:27)  
 
Es imprescindible empezar en lo ‘pequeño’ a fin de poder crecer y trascender en lo grande.
 
Esta ‘pequeña oveja’ es el Edén aún virgen, el Paraíso no explorado por el individuo aferrado a lo terrenal, a lo mundano, a lo material. Es el lugar que no está a nuestra disposición, sino a la disposición de quien reina en él que es Yahveh; por eso es inaccesible a las emociones, a las sensaciones o a los sentimentalismos humanos. Nada de las cosas terrenales le afectan pues su reino no es de este mundo. El lugar donde no hay ni llanto ni dolor. Esta pequeña oveja es la desnudez original por la que no existe vergüenza alguna. En realidad David se desnudó (aunque no completamente) porque sintió que estaba en el Edén (שְׁמוּאֵל ב Shmueil Bet 6:14, 20).
 
He aquí la ecuación aritmética:
 
La oveja extraviada, que representa a ‘uno solo de estos pequeños’ necesita atención especial: su búsqueda está en juego desde el principio de los tiempos. Esta búsqueda es de inmensa envergadura, y la dificultad que entrañan quienes se oponen a la búsqueda y por ende al hallazgo es directamente proporcional a dicha envergadura.
 
Y todo el que Me reciba en Mi Nombre como este niño, a Mí Me recibe. (לוּקַס Lukas 9:48, 18:17) (Nótese que el texto griego traduce: “Quien reciba a un niño como éste en Mi Nombre, a Mí Me recibe.”Claramente lo que Yahshuah quiere decir es que la conducta de los adultos debe ser como la de los niños a fin de recibir como ellos reciben todo lo que se les enseña, aclarando que todo lo que nos enseña Yahshuah es de bendición para la vida de los niños así mismo para nosotros. El texto griego refiere el texto erradamente diciendo que recibir a un niño es recibir a Yahshuah, lo cual es completamente contradictorio con el Texto Original)
 
También, El Maestro hace una advertencia en la que llama la atención acerca de todas las tendencias en sus diversas formas las cuales interfieren en el progreso interior hasta el punto de trabarlo:
 
¡Ay del mundo por los tropiezos! Porque es inevitable que vengan los tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! (מַתִּיָהוּ Matiyaju 18:7)
 
Los tropiezos suelen calificarse como trampas de lo mental, oposiciones y obstáculos inevitables, tendencias anormales que entorpecen la búsqueda de la Luz contra las que cada cual debe luchar a capa y espada a fin de abrirse Camino para hallar a la Nueva Yrushalayim interior. Y Yahshuah previene a toda costa diciendo que es inevitable que, en la búsqueda interior, existan piedras en el camino, montículos muy difíciles de sortear (uno de los más difíciles es el “yo”).
 
Pero quien haga tropezar a uno de estos pequeñitos que en Mí creen, mejor es que se colgara al cuello una piedra de molino de asno, y que se ahogue en la profundidad del mar. (מַתִּיָהוּ Matiyaju 18:6)
 
Ésta es en esencia la instrucción fundamental del Torah de Yahveh. Sin embargo, decíamos que Matiyaju admitía la posibilidad de fracasar en el intento; así como la bellota no alcanza necesariamente la madurez del roble, no todos los seres recorrerán completamente este camino interior de maduración; muchos se perderán nada más que en el intento; muchos desafortunadamente fracasarán sin siquiera empezar:
 
¿Y si sucede que la encuentra…?
 
De esta manera, queda comprobado que la búsqueda externa, ya sea por medios cualesquiera que sean, es errónea, confusa e inútil para el propósito por el cual peregrinamos por este mundo.
 
Finalmente, El Maestro de Galilea de las naciones, tras enumerar las diversas pruebas que aguardan en el horizonte a Sus discípulos, dijo:
 
Y serán odiados de todos por causa de Mi Nombre, pero quien soporte hasta el fin, será salvo.(מַתִּיָהוּ Matiyaju 10:22)
 
Este es el precio que debemos pagar si de lograr hallar cada uno a nuestra propia oveja se trata….
 
Muchos de nosotros vivimos nuestro propio exilio. Este exilio nos excluye de nuestro verdadero terruño celestial. Este es nuestro exilio del cual tenemos que retornar. (מַתִּיָהוּ Matiyaju 18:3). Debemos regresar por nuestro propio bien (יִרְמְיָהוּ Yirmiaju 31:9; הוֹשֵׁעַ Josheia 14:1). Debemos volver al Redil, al lugar cuya completitud está reflejada por un Rebaño de Cien Ovejas, aunque, dicho sea de paso, en realidad también hay cabras. (רוֹמָאִים Romaiym 11:25; מַתִּיָהוּ Matiyaju 13:11)
 
 
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